A continuación os presentamos dos fragmentos del libro El monje y el filósofo, en el que se presenta el diálogo entre Matthieu Ricard y su padre, el filósofo francés Jean François Revel. Sin evitar ni camuflar las divergencias, ambos avanzan en las preguntas y en las respuestas desde sus respectivas posiciones, la del monje y la del filósofo. En los pasajes escogidos Matthieu Ricard explica cómo se producen ciertas revelaciones en el budismo, como las que indican la reencarnación de algún maestro. Se pone de manifiesto el dilema de la razón y de la fe, como caminos diferentes para la comprobación de lo que es verdadero y real:
(I)
“J.F- Sí, pero yo conozco a sacerdotes, o laicos, que tienen todas las cualidades morales que acabas de describir y creen en los milagros de Lourdes o en las apariciones de Nuestra Señora de Fátima en Portugal, que yo mismo considero simples fantasmagorías. Alguien puede muy bien ser perfectamente sincero o no haber intentado engañar nunca a nadie, y hacerse él mismo ilusiones.
M-En el caso del que te estoy hablando no se trata de acontecimientos milagrosos, sino de experiencias interiores vividas por numerosos maestros al hilo de los siglos; es diferente.
J.F- ¡Ah, no! Alguien que pretende haber sido testigo de un milagro en Lourdes no está planteando una cuestión de interpretación! Está persuadido de hallarse en presencia de un hecho. Y además puede actuar con la mayor sinceridad del mundo, unidad a las más grandes cualidades morales, y no querer engañarse en absoluto.
M-Pero volvamos al caso concreto de Khyentsé Rinpoché. Uno de sus discípulos y compañeros más próximos, un maestro espiritual que vive en las montañas, a doscientos kilómetros de Katmandú, nos envió una carta contándonos que en el curso de unos sueños y visiones que surgieron claramente en su mente había recibido indicaciones precisas sobre los nombres del padre y de la madre de la encarnación de Kyentsé Rimpoché, y sobre el lugar donde deberíamos buscarlo.”
(II)
“J.F- Pues bien, para concluir este diálogo centrado en la cuestión de saber si el budismo es una religión o una filosofía, diré que hay un poco de las dos. Es verdad que hay un elemento de fe. Pues aunque se suscriban las explicaciones que acabas de dar –y debo decir que a mí, personalmente, no me convencen- ; lo cierto es que existe un elemento de fe, de confianza, en ciertos individuos y en sus testimonios, los cual tendrás que admitirlo, no pertenece al ámbito de la demostración racional.
M- Sin duda, pero no se trata de una fe ciega, y encuentro mucho más difícil aceptar afirmaciones dogmáticas que testimonios basados en la experiencia y en la realización espiritual.
J.F- ¡Ah, eso por descontado!
M-De hecho, en la vida cotidiana estamos continuamente impregnados de ideas y creencias que consideramos verdaderas porque reconocemos la competencia de quienes nos las transmiten: ellos saben de qué hablan, la cosa funciona, de modo que ha de ser cierto. De ahí la confianza. Sin embargo, la mayoría de nosotros seríamos absolutamente incapaces de demostrar las verdades científicas por nosotros mismos. Muy a menudo, además, estas creencias, como la del átomo concebido como una pequeña partícula sólida que gira alrededor de un núcleo, siguen impregnando la mentalidad de la gente mucho después de que los mismos científicos las hayan abandonado. Estamos dispuestos a creer a los que nos dicen siempre que se corresponda con una visión del mundo aceptada, y se considera sospechoso todo cuanto no se corresponda con ella. En el caso de la aproximación contemplativa, la duda que muchos de nuestros contemporáneos tienen con respecto a ciertas verdades espirituales se debe a que no las han puesto en práctica. Muchas cosas son calificadas así de sobrenaturales hasta el día en que se comprende cómo se producen, o hasta el día en que se experimentan. Como decía Cicerón: «Lo que no puede producirse no se ha producido nunca, y lo que puede producirse no es un milagro».
J.M- Pero vuelvo al hecho de que en los acontecimientos de los que hablas hay un elemento de fe irracional.
M-Sería más justo hablar de un elemento de confianza fundada en todo un haz de elementos observables. Tras haber vivido numerosos años en compañía de esos maestros, una de las enseñanzas más valiosas que me ha quedado es la de que ellos mismos están en perfecta armonía con lo que enseñan. Me has citado la experiencia mística de algunos sacerdotes. Sin duda ha habido sabios muy grandes en el cristianismo, tales como san Francisco de Asis, pero no creo que cada sacerdote o cada monje, aunque sea un practicante íntegro y sincero, alcance la perfección espiritual. En el Tibet, el veinte por ciento de la población ha recibido las órdenes y se dice que entre esos practicantes sólo una treintena de sabios han alcanzado esta perfección espiritual en el curso del presente siglo. Es, pues, juzgando globalmente su modo de ser como se llega a la conclusión de que esos sabios saben de qué hablan cuando transmiten indicaciones que permiten reconocer a un sucesor espiritual. ¿Por qué habrían de engañar? La mayoría viven como ermitaños, no intentan convencer a nadie ni ponerse en evidencia. Además, para mostrar hasta qué punto el budismo condena la impostura, añadiré que una de las cuatro grandes faltas contra la regla monástica consiste en pretender haber alcanzado un nivel espiritual elevado, cualquiera que éste sea. Ahora bien, resulta que el sabio que reconoció a Khyentsé Rimpoché en el recién nacido es uno de los exponentes más ejemplares del linaje monástico. Ha ordenado a miles de monjes y no se permitiría otorgar esas órdenes si él mismo hubiera quebrantado sus votos. Puede muy bien pensarse, por lo tanto, que ha comunicado sus visiones con plena sinceridad y conocimiento de causa, a fin de reencontrarse con su propio maestro espiritual.”
(Jean François Revel, Matthieu Ricard. El monje y el filósofo. Urano, 1998: p.58-60)
Enlace a la página de Matthieu Ricard:
http://www.matthieuricard.org/es/